KAROL SZYMANOWSKI
(Tymoszowka, Polonia, actualmente Kiev, Ucrania 1882 – Lausana, Suiza 1937)

Cuarteto de cuerda n.º 1 en Do mayor, op. 37

(1917) – 18′

Lento assai – Allegro moderato
Andantino semplice. In modo d’una canzone – Adagio dolcissimo – Lento assai
Vivace – Scherzando alla burlesca. Vivace ma non troppo

KRZYSZTOF PENDERECKI
(Dębica, Polonia 1933 – Cracovia, Polonia 2020)

Cuarteto de cuerda n.º 3 “Leaves of an unwritten diary”

(2008) – 18′

ANTONÍN DVORÁK
(Nelahozeves, Republica Checa 1841 – Praga, Republica Checa 1904)

Cuarteto de cuerda n.º 9 en re menor, op. 34

(1877) 34′

Allegro
Alla Polka: Allegretto scherzando
Adagio
Finale: Poco Allegro

Apollon Musagète QuaRTETT:

Paweł Zalejski, violín
Bartosz Zachłod, violín
Piotr Szumieł, viola
Piotr Skweres, violonchelo

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por Berta Coll i Bosch

Podríamos decir que a Karol Szymanowski (1882-1937) casi nada le provocaba indiferencia. De joven tuvo ocasión de viajar por Alemania, Francia, Italia, Sicilia, el norte de África, y de todas partes volvía con nuevas inspiraciones sonoras, nuevos conceptos espirituales, nuevos ritmos exóticos que ardía en deseos de integrar en sus obras. Los primeros años del siglo xx fueron especialmente fructíferos para el compositor; escribió tres sinfonías, un concierto para violín y otras muchas piezas que forman parte de su catálogo esencial. Cuando estalló la Revolución de Octubre de 1917, Szymanowski tenía entre manos su primer cuarteto de cuerda. Ya había escrito sus tres primeros movimientos, solo le faltaba acabar la fuga final, pero el proyecto quedó interrumpido por la sacudida bélica. Más adelante, habiendo recuperado una cierta estabilidad, el compositor reanudó aquella partitura medio terminada, cambió el orden de sus movimientos —el scherzando, que debía ser el segundo de cuatro hipotéticos movimientos, pasó a ser el tercer y último movimiento— y presentó así el Cuarteto de cuerda n. 1 en Do, op. 37, una de sus obras más atrevidas y refinadas. La estrenó el Cuarteto de la Filarmónica de Varsovia en marzo de 1924 y, a los pocos meses, llegó también a Viena y Venecia. Aunque los primeros acordes del cuarteto sitúan al oyente en una atmósfera melosa, con un punto de esplendor melodramático, lentamente Szymanowski deja salir a sus fantasmas a través de un lirismo espectral, simple y efectista a la vez. El primer movimiento —un lento assai seguido de un allegro moderato— incorpora el lenguaje del romanticismo alemán, mientras que el segundo, un andantino escrito in modo d’una canzone, presenta unas variaciones de raíz impresionista, que reflejan el interés de Szymanowski por Claude Debussy. Por último, el tercer movimiento es un experimento politonal de ecos claramente vanguardistas. En este último movimiento, cada instrumento toca con una tonalidad distinta: el primer violín con tres sostenidos; el segundo, con seis sostenidos; la viola, con tres bemoles, y el violonchelo, sin bemoles ni sostenidos. Como dice su biógrafo, Tadeusz A. Zielinski, este cuarteto «reconcilia estilos diversos con gran finura; es una música más bien contenida, cuyo impacto se logra a través de una poesía íntima e introspectiva, en vez de grandes gestos expansivos».

Otro compositor que integró estilos musicales con una maestría exquisita es Krzysztof Penderecki (1933-2020), también de origen polaco. Algunos críticos lo tildaban de ecléctico, él los corregía explicando que lo que buscaba era una “síntesis” estilística. Su etapa de juventud estuvo marcada por el atrevimiento sonoro, por una exploración vanguardista que seguía los pasos de Stravinski, Webern, Schönberg, Boulez y Stockhausen. Sin embargo, a partir de los años setenta tendió hacia un lirismo neorromántico que lo alejó de las vanguardias, alegando que “la experimentación, la especulación formal es más destructiva que constructiva”. Hacia el final de su carrera logró compactar en una voz muy propia todos esos estilos que habían ido suscitando su interés; él lo describía como “una alianza homogénea que resultaba en una experiencia unificadora”. Un buen ejemplo de ello es el Cuarteto de cuerda n. 3 “Leaves of an unwritten diary”, que conjuga sonorismo y romanticismo y se desmarca, por tanto, de los dos cuartetos de cuerda que Penderecki había escrito en los años sesenta. Lo estrenó el Shanghai Quartet en Varsovia durante un concierto de homenaje a Penderecki, que acababa de cumplir setenta y cinco años. Aunque el cuarteto tiene un solo movimiento, los cuatro instrumentos cabalgan por diferentes secciones que contrastan fuertemente unas con otras, ligadas quizás por la introducción y la coda final. La viola toma el liderazgo desde el principio con una melodía oscura y lírica, seguida por un tema vivace rítmicamente más intenso. A continuación aparece la otra sección dominante de la pieza, en la que el compositor incorpora una melodía popular rumana que su padre tocaba con el violín cuando él era un niño. Con un subtítulo de gran vuelo poético, el compositor nos sitúa en una tonalidad otoñal, a caballo de la nostalgia, la vejez y la oscuridad.

Antonín Dvořák (1841-1904) perdió a dos hijos —de diez meses y tres años, respectivamente— en menos de un mes, entre agosto y septiembre de 1877. Poco después escribió el Cuarteto de cuerda n. 9 en re m, op. 34, que expone con una elegancia extraordinaria el dolor de un padre desolado. No hacía mucho había terminado la cantata Stabat Mater, cuya profundidad espiritual también aprecia en el Cuarteto de cuerda n. 9, como una reminiscencia que alarga la tristeza del compositor. Dvořák solía iluminar el final de las piezas melancólicas con un último movimiento más animado; aquí, en cambio, el cuarteto comienza y termina en tonalidad menor, manteniendo en todo momento la capa sombreada del principio. Incluso el segundo movimiento, un scherzo que recrea los ritmos de la polca checa, adopta un tono no precisamente alegre. Sin embargo, esto no quiere decir que en la pieza no encontremos rendijas de júbilo, pasajes que brincan con fervor. En este noveno cuarteto intuimos, por primera vez, los aires bohemios que caracterizan a las Danzas eslavas que escribió a partir de 1878. Más allá de recordar a los hijos difuntos, con el Cuarteto de cuerda n. 9Dvořák homenajeó a Johannes Brahms, que lo había ayudado a encauzar su carrera como compositor. En una carta de octubre de 1879, Dvořák agradecía a Brahms los comentarios que le había hecho sobre el cuarteto: «Me he dado cuenta de que había malas notas y las he podido sustituir por otras mejores. Tenía la obligación de dedicarte una obra que cumpla, si no todas, algunas de las condiciones que deberíamos exigir en cualquier composición musical».

Con el apoyo de

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