COSMOS QUARTET

OCTAVI RUMBAU
(Barcelona,1980)

Cuarteto de cuerda n.º 1

(2020) 15 – Estrena mundial, encàrrec de LAuditori i la Biennal de Quartets de Barcelona

 

QUARTET CASALS Y BENJAMIN ALARD

JOHANN SEBASTIAN BACH
(Eisenach, Alemania 1685 - Leipzig 1750)

Die Kunst der Fuge, BWV 1080

(Lart de la fuga) – (1738-42) – 76’

COSMOS QUARTET

Bernat Prat, violín
Helena Satué, violín
Lara Fernández, viola
Oriol Prat, violonchelo

 

QUARTET CASALS

Abel Tomás, violín
Vera Martínez, violín
Jonathan Brown, viola
Arnau Tomàs, violonchelo

 

BENJAMIN ALARD, clave

COMENTARIO

por Juan Lucas

El primer cuarteto de cuerda del compositor Octavi Rumbau (Barcelona, 1980) navega entre dos concepciones antagónicas en cuanto a la percepción del tiempo musical: una más direccional y ‘cronométrica’ basada en procesos de contracción y dilatación temporal, y otra basada en espacios sonoros más estáticos que parecen detener el tiempo para dar paso a una percepción más ‘vertical’. Estas dos concepciones cohesionan gracias a un mismo material aparentemente pretérito que, sin embargo, deviene a través del filtro de la microtonalidad en un cuerpo extraño donde la tradición emerge como una nebulosa distante e irreal.

No son pocos los enigmas que envuelven la composición de El arte de la fuga, el testamento musical de Johann Sebastian Bach y probablemente el mayor monumento de la música entendida como ciencia de los sonidos. Poco sabemos de la vida del Kantor, y aún menos de una obra que, por su naturaleza abstracta e inconclusa, parece escapar a toda caracterización. A su muerte en 1750, la pluma de Bach se había detenido en mitad del decimocuarto de los contrapuntos que, junto con cuatro cánones, integran la obra, precisamente después de haber introducido el tercer tema de la fuga, formado por las cuatro alturas que constituyen su propio apellido según la notación musical alemana: si bemol (B), la (A), do (C) y si natural (H). De hecho, ni siquiera se ha podido dilucidar del todo si este celebérrimo Contrapunctus 14 pertenecía realmente a la obra que apareció publicada pocos meses después de su muerte bajo el título Die Kunst der Fuge, nombre que, por supuesto, la posteridad tampoco ha podido refrendar que hubiese sido el elegido por el propio Bach. Otras preguntas sin respuesta afectan a la secuenciación de los movimientos y, cómo no, a la instrumentación, circunstancias que han convertido esta compleja y a la vez maravillosa partitura en una obra abierta, sujeta a infinitas lecturas, variaciones y permutaciones.

No es un enigma, sin embargo, el hechizo perenne que El arte de la fuga ha ejercido sobre generaciones sucesivas de músicos y oyentes desde el momento mismo de su publicación. Las fascinantes mezclas de ciencia y arte, teoría y práctica, misticismo y corporeidad, severidad y sensualidad, así como de intelecto y emoción, hacen de esta singular composición una suerte de Aleph musical, ese punto mítico del universo donde, en palabras de Borges, “todos los actos y todos los tiempos ocupan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia”. El arte de la fuga representaría, en consecuencia, el universo sonoro concentrado en el ‘intolerable fulgor’ del nombre de Bach.

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