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por Sara Revilla Gútiez
Según el calendario juliano, que rige la tradición ortodoxa, este año el período de Pascua se inició el 5 de mayo y culminará en Pentecostés, el 23 de junio. En el marco del ciclo Trànsits de L’Auditori, la Iglesia ortodoxa rumana Sfântul Gheorghe de Barcelona invita a disfrutar de la música bizantina propia de la Pascua ortodoxa. La fecha, el 18 de mayo, no es baladí, ya que coincide con el Pentecostés católico, en un gesto claro por la convivencia y el respeto mutuo entre estas dos tradiciones. De las catorce iglesias ortodoxas rumanas que existen en Cataluña, la de la ciudad de Barcelona dinamiza una población de más de siete mil personas, casi un veintiuno por ciento del total de toda la provincia. La comunidad rumana encuentra en la parroquia de Barcelona un centro de cohesión y socialización muy importante que le permite mantener y afianzar su vínculo con la catalana. De entre todas las celebraciones y actividades que se llevan a cabo, es precisamente la Pascua (Paşte) la que sigue siendo una de las más significativas y trascendentales de la cultura rumana en todo el mundo.
El período pascual en Rumanía es todo un acontecimiento, y no es para menos: la llegada de la primavera, época de florecimiento y de fertilidad, es básica para cualquier creencia espiritual. El buen tiempo permite pasear tranquilamente por las calles y sin prisas por protegerse de las inclemencias del tiempo, los puestos ambulantes de flores se extienden por las aceras de los bulevares y se abre nuevamente la época de celebración de bautizos y bodas, después de más de cuarenta días de restricción y ayuno generalizado. El país entero vive estos días con una intensidad extraordinaria, y la Iglesia ortodoxa rumana es la institución que mejor condensa algunos de los elementos simbólicos del imaginario nacional, como la singularidad de la herencia romance en su lengua vehicular, la resistencia frente a otras confesiones que amenazaron a la región desde la Edad Media hasta la Edad Moderna, o la vinculación mitológica del asentamiento de esta Iglesia con el ethos rumano en esta región en particular. Además, desde 1989, el derecho a la expresión pública de la fe ortodoxa ha desatado un despliegue de multitud de celebraciones que, de forma extrovertida, impregnan la vida cotidiana y el espacio público urbano y rural. Los altavoces de las iglesias, que cuelgan en diferentes puntos de los muros exteriores, retransmiten sin cesar himnos y salmos, que se entremezclan con los demás sonidos del trasiego diario. Las tiendas de discos ofrecen recopilaciones de música bizantina para distintos momentos del día y estados del alma. La cadena de televisión TrinitasTV, una de las más importantes del país, retransmite liturgias y programas dedicados a aquellas personas que mantienen la práctica en la distancia.
Asistir a una misa ortodoxa, sea cual sea la época del año, es una experiencia que impresiona en todos los sentidos a quienes no están habituados. La doctrina ortodoxa rumana otorga un lugar preponderante al elemento sonoro, especialmente a la dimensión sónica de la palabra entonada. A oídos de alguien no familiarizado con el rito ortodoxo, toda la liturgia puede parecer música. Esta es la percepción que se tiene tanto de los pasajes evidentemente musicalizados –por ejemplo, himnos, salmos, antífonas, troparion, trisaghion, etc.– como de las lecturas bíblicas y oraciones que conforman las más de tres horas que puede durar el servicio. El sacerdote (preot) recita de forma salmodiada las lecturas, mientras el coro refuerza y responde a los puntos y cadencias importantes. Este grupo suele estar formado por cantores instruidos, los cuales se sitúan en la strană, alrededor del analog, un atril con diferentes soportes que facilita la distribución circular del coro a su alrededor.
El sonido de una misa ortodoxa se caracteriza por el uso de estrategias de combinación y superposición de sonidos, en clara textura polifónica, pero también por el tipo de emisión vocal que utilizan tanto sacerdotes como cantores (dascăli), cuyos aparatos fonadores son, principalmente, la garganta y el pecho. Esto desencadena un sonido lleno de armónicos muy brillante que, sumado a la reverberación característica de las iglesias y templos ortodoxos, genera un paisaje sonoro que muchos describen como místico y onírico. La voz principal entona el texto de forma silábica, y puede estar acompañada de dos o tres voces más. De estas, una emite la isocratima o ison, que corresponde al sonido que indica el modo melódico (glasul) utilizado para la interpretación, y que se mantendrá de forma prolongada. Las demás pueden doblar la melodía principal, siguiendo el mismo pulso silábico, o bien la ison con sonidos mantenidos, en intervalos mayormente consonantes. Todo el conjunto busca crear ambientes propicios para la meditación y la reflexión, lo que envuelve a los feligreses de un volumen amplificado a menudo abrumador.
La música bizantina mantiene una absoluta vigencia en la Rumanía actual, a la vez que sirve de nexo para las comunidades rumanas de todo el mundo. Su aprendizaje y difusión son predominantemente de tradición oral y, aunque se utiliza la notación como recurso mnemotécnico desde hace siglos, la transmisión oral sigue rigiendo todo el proceso formativo. Es, por tanto, un acto que implica socialización. Hoy en día, el sistema de notación predominante sigue siendo el neumático o psáltico, aunque también se utiliza, con diversas finalidades, el sistema diastemático propio de la tradición de la música occidental académica. Como en la mayoría de las notaciones neumáticas, la notación psáltica no indica una altura exacta de entonación, ni determina ornamentaciones o efectos de sonido complementarios, que se dejan al dominio de la oralidad y al buen criterio del ejecutante. Estas decisiones le servirán para mostrar su destreza y su dominio de la técnica, así como para exhibir su conocimiento de las normas de la composición y de la interpretación melódica de los ocho modos (octoechos) que forman la base de la teoría musical bizantina.