WOLFGANG AMADEUS MOZART
Salzburgo 1756 – Viena 1791
Cuarteto de cuerda n.º 15 en re menor, KV 421
(1783) – 27
Allegro moderato
Andante
Menuetto and Trio. Allegretto
Allegretto ma non troppo
PAUSA 15
FRANZ SCHUBERT
Viena 1797 – 1828
Quinteto de cuerda en Do mayor, D 956, op. posth. 163
(1828) – 48
Allegro ma non troppo
Adagio
Scherzo. Presto — Trio. Andante sostenuto
Allegretto — Più allegro
QUARTET CASALS
SANTIAGO CAÑÓN-VALENCIA, VIOLONCHELO
COMENTARIO
por Ana García Urcola
Los seis Cuartetos dedicados a Haydn, de WA Mozart, se compusieron entre 1782 y 1785 después de un largo proceso de maduración en el que no sólo destila la influencia de los Cuartetos rusos de su querido amigo, sino también la de Händel y Bach, unos autores a cuyo estudio se dedica profusamente la biblioteca del barón Van Swieten. Según confiesa Mozart en la dedicatoria escrita en italiano, estas páginas son "el fruto de un esfuerzo largo y penoso", mientras le implora que "mire con indulgencia sus defectos". Haydn, que había tocado a menudo con Mozart precisamente en esa formación, no pudo hacer otra cosa que rendirse una vez más al genio de su joven colega. Estas seis obras constituyen, sin duda, una cima dentro de la producción mozartiana para cuarteto y una piedra de toque para el género por su innovación y perfección.
El Cuarteto KV 421 ―segundo de la serie y único en modo menor―, cuyo carácter general está teñido de melancolía e intimismo, habría sido terminado la noche en que nació su primer hijo, el 17 de junio de 1783. El primer movimiento, un allegro limitado por el moderato que lleva por apellido, alterna patetismo y ligereza, mientras que el segundo, de bellísima simplicidad, recuerda a una nana un tanto doliente. El minueto aporta una energía rítmica y cierta alegría popular, que casi se oponen a las variaciones del allegretto final, a ritmo de dramática siciliana.
El último año de la vida de Schubert es muy prolífico, especialmente en lo que a grandes formas se refiere: la Sinfonía en do, la Misa en mi bemol, la Fantasía para cuatro manos en fa menor, las tres últimas Sonatas para piano y este Quinteto, sin contar con no pocos lieder ―el Schwanengesang entre ellos― y otras obras de menor envergadura. A pesar del quebranto progresivo de su salud, la energía creadora se multiplica y a finales de verano terminará una de las obras más importantes de la historia de la música de cámara, este Quinteto en el que elige doblar al violonchelo tanto por inclinación personal como por una necesidad compositiva de otorgar mayor carácter sinfónico a su partitura. El allegro inicial, de imponente estructura, anuncia el uso magistral del conjunto y contiene uno de los momentos más bellos de la producción schubertiana en su segundo tema. El adagio parece abolir el tiempo en esa conversación en pizzicati con ese tono entre elegiaco y sombrío. La rudeza del scherzo y la gravedad de su trío dan paso a un allegretto final danzante que se desboca de exaltación.