STEVE REICH
(Nueva York, Estados Unidos 1936)

Music for 18 musicians

(1974 – 1976) – 60′

SYNERGY VOCALS

Caroline Jaya-Ratnam
Amanda Morrison
Rachel Weston
Heather Cairncross
Micaela Haslam
, direcció

FRAMES PERCUSSION

Ferran Carceller, Sabela Castro, Ivan Herranz, Dani Munárriz, Rubén Orio, Pere Cornudella, Miquel Vich, percusión
Miquel Ausina, Lluïsa Espigolé, Neus Estarellas, Carles Marigó, piano
Xavi Castillo, Joan Roca, clarinetes
Elena Rey, violín
Erica Wise, violonchelo

CUBE.BZ, ILUMINACIÓn

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por Asier Puga

MENOS ES MÁS

La década de 1960 fue una de las más fructíferas del siglo XX en casi todas las disciplinas artísticas en todo el mundo. Una de las capitales del arte fue sin duda la ciudad de Nueva York, metrópoli que desde la década de 1930 había dado un giro de 180 grados respecto a sus políticas artísticas, creando museos e instituciones como el MoMa, el Guggenheim o el Museo Whitney de Arte Estadounidense, por citar algunos.

En tan solo 30 años, Nueva York es testigo de la aparición del expresionismo abstracto, de los happenings o del pop art, entre otros. Estos estilos y disciplinas suponían tanto una evolución de los movimientos artísticos anteriores como una respuesta/reacción a los mismos.

Alrededor de 1963, tanto en Los Ángeles como en Nueva York, un grupo de artistas exponían lo que se denominó por aquel entonces obras-objeto, es decir, vigas de madera sin trabajar, cajas de metal y plexiglás… Materiales que simplemente estaban alineados y así creaban secuencias y ritmos visuales. A este nuevo movimiento, el filósofo Richard Wollheim lo denominó en 1965 arte minimalista. Esta nueva estética fue introduciéndose y asentándose en las diferentes disciplinas artísticas, y, en el caso de la música, evolucionó primero con La Monte Young y Terry Riley, y más tarde con Steve Reich y Philip Glass.

“En el verano de 1968, empecé a pensar en lo que había hecho musicalmente. Comencé a verlo como procesos, no como composiciones. Me di cuenta de que mis métodos no implicaban pasar de una nota a la siguiente, en el sentido de que cada nota de una pieza representara el gusto del compositor, creándose poco a poco. Mi música era más bien un proceso impersonal”, explica Reich.

Steve Reich nace en 1936 en la ciudad de Nueva York. En la adolescencia se interesó por la batería, estudió filosofía y a comienzos de la década de 1960 inició estudios de composición. Entre sus profesores estuvieron Persichetti, Milhaud y, especialmente, Berio, quien le ayudó a entender qué tipo de música no quería escribir: “La que quería hacer aún no estaba clara, pero sí la que nunca iba a escribir”, concluye Reich.

En 1969 se dio cuenta de que realmente quería seguir aprendiendo percusión. Este interés le llevó a Ghana, en África, donde pudo conocer con mayor profundidad la música africana, especialmente el aspecto rítmico.

Su experiencia en África y sus estudios rítmicos continuados le sirvieron para comenzar a definir su voz como compositor. A mediados de la década de 1960, Reich empezó a experimentar con sonidos pregrabados que, al superponerse, y unidos a las imperfecciones técnicas de cada aparato reproductor, producían pequeños desfases entre ambas grabaciones. Este fenómeno fascinó tanto al compositor, que luego desarrollaría y perfeccionaría esta técnica para incluirla en su música. De esta forma, Steve Reich fue mezclando todo su conocimiento de la música africana con su propia herencia cultural occidental. “Lo interesante es cuando la influencia no occidental está presente en el pensamiento, pero no en el sonido”, afirmó Reich.

De esta etapa surgen obras ya clave de su catálogo, como It’s Gonna Rain (1965), Piano Phase (1967), Pendulum Music (1968) o Drumming (1971), pero, sin duda, una de las grandes obras maestras de Reich, donde confluye su estética es Music for 18 Musicians (1974-76).

“Hay más movimiento armónico en los primeros cinco minutos de la obra que en cualquier otra obra mía hasta la fecha”, afirmó Steve Reich sobre Music for 18 Musicians. La obra, de 55 minutos de duración, se estructura en dos pulsos y once secciones, todas ellas organizadas por el ritmo percusivo de los pianos y las marimbas, así como por la respiración de la voz que marca el paso al siguiente acorde o secuencia. En ese primer “pulso” se presenta el ciclo de 11 acordes que se utiliza a lo largo de la obra, y después, cada sección se centra en uno de esos 11 acordes de manera exclusiva con alguna variación añadida. “Esto significa que cada acorde que podría haber durado 15 o 20 segundos ahora se alarga, como melodía pulsante, hasta los 5 minutos, al igual que una sola nota en un cantus firmus o una melodía vocal de un organum del siglo XII de Pérotin podía alargarse durante varios minutos como centro armónico de una sección”, concluye Reich.

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