BERNAT VIVANCOS FARRÁS
Barcelona 1973
U
(2021) Obra encàrrec – 20
EDWARD ELGAR
Broadheath, Reino Unido 1857 - Worcester, Reino Unido 1934
Concierto para violonchelo y orquesta en mi m, op. 85
(1919) – 26
Adagio - Moderato
Lento - Allegro molto
Adagio
Allegro
Sheku Kanneh-Mason, violonchelo
SERGUÉI PROKÓFIEV
Sontzovka, Ucrania 1891 - Moscú 1953
Romeo y Julieta
Selecció Duncan Ward (1935-36) – 23
Montescos y Capuletos
Danza de las cinco parejas
Romeo y Julieta
La muerte de Tybald
La muerte de Julieta
Duncan Ward, dirección
Sheku Kanneh-Mason, violonchelo
Orquesta sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña
PRIMEROS VIOLINES Birgit Kolar *, concertino invitada / Raúl García, asistente de concertino / Maria José Aznar / Sarah Bels / Walter Ebenberger / Natalia Mediavilla / Katia Novell / María Pilar Pérez / Anca Ratiu / Jordi Salicrú / Ariana Oroño* / Yulia Tsuranova* SEGUNDOS VIOLINES Alexandra Presaizen, solista / Emil Bolozan, asistente / Maria José Balaguer / Jana Brauninger / Patricia Bronisz / Clàudia Farrés / Mireia Llorens / Melita Murgea/ Josep Maria Plana / Robert Tomàs VIOLAS Yuval Gotlibovich *, solista invitado / Josephine Fitzpatrick, asistente / David Derrico / Christine de Lacoste / Franck Heudiard / Michel Millet / Miquel Serrahima / Jennifer Stahl / Irene Argüello * VIOLONCHELOS Jose Mor, solista / Olga Manescu, asistente / Lourdes Duñó / Vincent Ellegiers / Marc Galobardes / Jean Baptiste Texier CONTRABAJOS Christoph Rahn, solista / Dmitri Smyshlyaev, asistente / Apostol Kosev / Josep Mensa FLAUTAS Francisco López, solista / Beatriz Cambrils / Ricardo Borull, piccolo, OBOES Disa English, solista / José Juan Pardo / Molly Judson, corno inglés CLARINETES Josep Fuster, asistente / Francisco Navarro / Lidia Tejero *, clarinete en mib / Alfons Reverté, clarinete bajo / FAGOTS Thomas Greaves, asistente / Noé Cantú / Slawomir Krysmalski, contrafagot TROMPAS Jesús Sánchez *, solista invitado / Joan Aragón / Juan Conrado García, asistente / Pablo Cadenas * / Alma García * TROMPETAS Mireia Farrés, solista / Adrián Moscardó / Angel Serrano, asistente / Andreu Moros * TROMBONES Gaspar Montesinos, asistente / Vicente Pérez / Raúl García, trombón bajo TUBA Daniel Martínez * TIMBALES Marc Pino PERCUSIÓN Juan Francisco Ruiz / Ignasi Vila / Miquel Angel Martínez * / Roberto Oliveira * / Manuel Rueda * ARPA Magdalena Barrera, solista PIANO Y CELESTA Gregori Ferrer * SAXOFÓN Luis Ignacio Gascón *
ENCARGADO DE ORQUESTA Walter Ebenberger
RESPONSABLE DE DOCUMENTACIÓN MUSICAL Begoña Pérez
RESPONSABLE TÉCNICO Ignacio Valero
PERSONAL DE ESCENA Luis Hernández *
* colaborador
COMENTARIO
por Joan Magrané
Este amor que no es uno
Romeo y Julieta (1935) de Serguéi Prokófiev (1891-1953) es una de aquellas obras que casi no hace falta ni presentar por lo famosas que son, con aquella música punteada y contundente de la danza de los caballeros Montesco y Capuleto al frente. La obra, toda la obra de Prokófiev, tiene una fuerza visual y sugestiva incuestionable y determinante. No en vano el compositor se sintió ya desde muy joven y durante toda su vida artística muy atraído por el mundo de la escena y la música representativa: por la ópera, el ballet y también, incluso, el cine, especialmente por las historias en las que los personajes se ven empujados hacia la desventura por la mano invisible del destino, del drama, de lo imposible: desde El jugador (sobre el relato de Fiódor Dostoyevski) a Guerra y paz (sobre la novela de León Tolstói, claro), pasando por la música para los filmes de Serguéi Eisenstein Alexander Nevsky e Iván el Terrible, hasta llegar a William Shakespeare y a la inmortal y fatal historia de amor, de amor inalcanzable, de los dos jóvenes veroneses Romeo y Julieta que el ruso convirtió en ballet. Como ha pasado siempre, adaptando los respectivos avatares y desdichas a cada época concreta, la tensión de todo ello, la disonancia vital, sensual y espiritual, reside en la pugna entre el amor joven, utópico y soñador, y las convenciones del mundo adulto, enquistado y realista. La libertad y la opresión, al fin y al cabo. El genio creador de Prokófiev lo plasmó perfectamente en una partitura rebosante de contrastes: de los juegos más inocentes a la violencia más estridente, de la delicadeza más lírica al virtuosismo más vertiginoso, pasando por la intensidad sentimental más desenfrenada y desgarradora.
Igualmente desenfrenado y pasmoso es el tono elegíaco que preside el Concierto para violonchelo en mi m op. 85 (1919) de Edward Elgar (1857-1934). El violonchelo solista canta siempre melancólico y entristecido, replegándose a veces en sí mismo. Es un ejemplo claro y valioso, esta obra, del saber hacer y del arte de un compositor demasiadas veces identificado exclusivamente con la música grandilocuente con tendencia utilitaria, toda pompa y circunstancia, que propició el contexto del Imperio británico. Pero alrededor del final de siglo y de la Gran Guerra, con la madurez, y tal vez recogiendo el espíritu pesimista y finalista de su tiempo, Elgar nos dejó toda una serie de obras de verdadera y profundísima envergadura, entre las que cabe citar las Variaciones Enigma, las dos sinfonías, los conciertos para violín y violonchelo y el magnífico oratorio The dream of Gerontius (El sueño de Geroncio). El Concierto para violonchelo se abre con unos acordes lánguidos del solista, desarrollados casi de manera improvisada, de los que sale una sobrecogedora melodía expuesta, primeramente, por las violas y retomada, acto seguido, por el solista para estallar, después, en toda la orquesta. El segundo movimiento, un scherzo que no acaba nunca de desentumecerse, arrastrado aún por la melancolía del primer movimiento, presenta un material puntillista y volátil del solista sobre un uso económico y preciso del resto de los instrumentos. Lo sigue un fragmento lento, en adagio, de elegante e intimista lirismo que desemboca en un rondó final en el que la exaltación de su tema principal se ve, a medida que avanza, rota por la aparición, como un recuerdo, de algunos ecos de los movimientos anteriores. La obra termina, pues, con la imposibilidad de escapar de una melancolía perennemente otoñal, un constante aviso de un invierno terrible.
Bernat Vivancos (1973) es un compositor que no se limita sólo a poner notas sobre un pentagrama. Su reino es todo el espacio donde la obra vivirá, el espacio físico y el espacio acústico: ya sea convirtiéndose en arquitecto o en paisajista, situando aquí y allá los intérpretes, ya sea construyendo desde dentro de la música misma, desde dentro del propio sonido, en el seno del mismo pensamiento musical, de la misma imaginación sonora. Este es el caso deU (2021), que hay que pronunciar como el inglés you, Es decir, 'tú', en el que la gran orquesta se ve deconstruida en tres espacios por vía de la afinación: un primer conjunto de músicos que afinan sus instrumentos con el diapasón a 442 kHz (que, digámoslo así , es, junto con el famoso 440, la afinación más habitual), un segundo grupo que afina un octavo de tono por debajo de los primeros (432 kHz), y un tercero que lo hace un octavo de tono por encima (448 kHz) . Así pues, como en un mar de colores ricos y vibrantes, olas de texturas ricamente microtonales chocan entre sí (nunca de una manera excesivamente agresiva) dejando sobresalir, sólo a veces, los motivos melódicos que el compositor reserva para los instrumentos afinados a la modo estándar (el a 442 kHz), y éstos se esfuerzan para hacerlos sobresalir entre el magma chispeante de las otras dos afinaciones. Hay en esta obra una nítida y firme voluntad de representar un anhelo, la voluntad de conseguir acercarnos, de hacernos nuestra, aquella luz en el abismo de la penumbra, aquel brizna de esperanza que sólo intuimos, oasis en el desierto, y que entrevemos en medio de mil y una dificultades y espesores. La melodía delicada, finísima, que reluce pura, como una grieta, en un muro de ancho sonido. Una utopía sonora como metáfora de la eterna utopía humana: la búsqueda del "tú", sea quien sea este otro. El amor que no es uno, sino multiplicidad y alteridad. Ya lo dice el poeta Josep Pedrals al final deLos límites del Quim Puerta:
No som res,
n’estic segur.
No som res,
però hi ets Tu.