JOHANNES BRAHMS
(Hamburgo 1833 – Viena 1897)
Concierto para violín y orquesta en Re Mayor, op. 77
(1878) – 36′
Allegro non troppo
Adagio
Allegro giocoso, ma non troppo vivace
Sergei Dogadin, violín
PAUSA 20’
SERGEI PROKÓFIEV
(Sontzovka, Ucraína 1891 – Moscú 1953)
RomeO Y Julieta
(1935-1936) – 45′
Selección:
Introducción
Montescos y Capuletos
La joven Julieta
Máscaras
Romeo y Julieta, escena del balcón
La muerte de Tybald
Julieta sola
Romeo y Julieta antes de separarse
Romeo delante de la tumba de Julieta
La muerte de Julieta
ORQUESTRA SIMFÒNICA DE BARCELONA I NACIONAL DE CATALUNYA
SERGEI DOGADIN, Violín
ANNA RAKITINA, DIRECCIÓn
PRIMEROS VIOLINES Miguel Colom*, concertino invitado / Raúl García, asistente de concertino / Sarah Bels / Walter Ebenberger / Ana Galán / Natalia Mediavilla / Lev Mikhailovskii / Katia Novell / Ivan Percevic / María Pilar Pérez / Anca Ratiu / Jordi Salicrú / Aurora Zodieru-Luca / Paula Banciu*/ Agnese Petrosemolo* / Aria Marina Trigas* SEGUNDOS VIOLINES Alexandra Presaizen, solista / Emil Bolozan, asistente / Maria José Aznar / Jana Brauninger / Patricia Bronisz / Clàudia Farrés / Melita Murgea / Josep Maria Plana / Robert Tomàs / Vladimir Chilaru* / Andrea Duca* / Ana Kovacevic* / Marina Surnacheva* / Yulia Tsuranova* VIOLAS Anna Puig, solista / Pawel Krymer*, asistente invitado / David Derrico / Josephine Fitzpatrick / Franck Heudiard / Sophie Lasnet / Miquel Serrahima / Jennifer Stahl / Adrià Trulls / Celia Eliaz* / Elizabeth Gex* / Oreto Vayá* VIOLONCHELOS Charles-Antoine Archambault, solista / Raúl Mirás*, asistente invitado / Blai Bosser / Irene Cervera / Lourdes Duñó / Vincent Ellegiers / Marc Galobardes / Jean-Baptiste Texier / Yoobin Chung* / Joan Rochet* CONTRABAJOS Christoph Rahn, solista / Dmitri Smyshlyaev, asistente / Jonathan Camps / Apostol Kosev / Matthew Nelson / Albert Prat / Anna Cristina Grau* / Nenad Jovic* FLAUTAS Francisco López, solista / Beatriz Cambrils / Ricardo Borrull, flautín OBOES Rafael Muñoz, solista / José Juan Pardo / Disa English, corno inglés CLARINETES Josep Fuster, asistente y clarinete en mi b / Francesc Navarro / Alfons Reverté, clarinete bajo FAGOTS Bernardo Verde*, solista invitado / Noé Cantú / Slawomir Krysmalski, contrafagot TROMPAS Juan Manuel Gómez, solista / Joan Aragó / Juan Conrado García, asistente / David Bonet / Max Nelo Salgado* TROMPETAS Mireia Farrés, solista / Angel Serrano, asistente / Adrián Moscardó / Andreu Moros* TROMBONES Eusebio Sáez, solista / Vicent Pérez / Raúl García, trombón bajo TUBA Jose Vicent Climent* TIMBALES Luc Rockweiler PERCUSIÓN Joan Marc Pino / Juan Francisco Ruiz / Ignasi Vila / Roberto Oliveira* / Manuel Roda* ARPA Magdalena Barrera, solista PIANO Y CELESTA Astrid Steinschaden* SAXOFÓN Luis Ignacio Gascón*
ENCARGADO DE ORQUESTA Walter Ebenberger
RESPONSABLE DE DOCUMENTACIÓN MUSICAL Begoña Pérez
RESPONSABLE TÉCNICO Ignasi Valero
PERSONAL DE ESCENA Luis Hernández*
* Colaborador/a
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por Luis Gago
DOS GRANDES FRUTOS DE MADUREZ
Ludwig van Beethoven murió seis años antes de que naciera Johannes Brahms en 1833. A su vez, una generación separaba a este último del nacimiento de los grandes creadores del Romanticismo musical: Hector Berlioz (1803), Felix Mendelssohn (1809), Frédéric Chopin y Robert Schumann (1810 ambos), Franz Liszt (1811) y Giuseppe Verdi y Richard Wagner (1813 ambos). Brahms estaba llamado, por tanto, a ser el heredero natural del primero y quien tomara el testigo de los segundos, pese a haber nacido, por así decir, en tierra de nadie y de que no era fácil cumplir simultáneamente con este doble cometido. Robert Schumann se aprestó a identificar su talento y presentarlo casi como un nuevo mesías en el encendido artículo que publicó en la Neue Zeitschrift für Musik, la revista de música de la que era director, el 28 de octubre de 1853. En su artículo Neue Bahnen (Nuevos senderos) anunciaba proféticamente la llegada de un joven talento a la música europea, Johannes Brahms, que tenía entonces veinte años y al que acababa de conocer en Düsseldorf: «Si él hace descender su cayado mágico allí donde los poderes de las masas del coro y la orquesta prestan sus fuerzas, entonces tendremos aún más vislumbres maravillosos de los secretos del mundo espiritual. Ojalá que el genio supremo lo fortalezca para ello. […] Le damos la bienvenida como un poderoso luchador». El joven hamburgués no se arredró ante semejantes vaticinios y, para cuando murió en Viena en 1897, pocos podían dudar de que nadie como él había conseguido beber de los postulados beethovenianos sin renunciar nunca a sus credenciales románticas.
Fue, quizás, la dificultad para armonizar esta dicotomía la que retrasó extraordinariamente el nacimiento de su primer gran fruto sinfónico: más de quince años acabaron separando los esbozos iniciales de la Primera sinfonía (rebautizada por muchos como la Décima de Beethoven) y su conformación definitiva, pero en los dos años siguientes vieron la luz con mayor fluidez la Segunda sinfonía y el Concierto para violín que escucharemos hoy. El violinista de origen húngaro Joseph Joachim fue quien puso a Brahms en contacto con los Schumann. No es de extrañar, por tanto, que le dedicara su primera obra publicada, la Sonata para piano, op. 1. Él y Clara Schumann (dedicataria, por su parte, de la Sonata, op. 2) fueron sus amigos más fieles, si bien la relación con Joachim se enfrió de resultas de un malentendido durante su proceso de divorcio, lo que provocó un alejamiento al que pondría fin el Doble concierto para violín y violonchelo, la última obra concertante de Brahms. El op. 77, dedicado, cómo no, a Joachim, que asesoró también al compositor en los aspectos técnicos, se declara, ya desde su tonalidad de Re y su raigambre inequívocamente clásica, como otro heredero natural de Beethoven. Al igual que él, plantea el primer movimiento como una expansiva forma de sonata, el segundo como una lírica forma ternaria (con fuerte protagonismo del oboe) y el tercero como un rondó, en este caso con un evidente dejo húngaro a modo de homenaje a su destinatario, cuyo dominio de las dobles cuerdas y del registro agudo se encuentra constantemente explotado en una partitura que confiere también un peso y un protagonismo sustancial a la orquesta. Por seguir con las semejanzas, sin agotarlas, el de Brahms fue el último de los grandes conciertos para violín que, como el de Beethoven, deja al solista la oportunidad de rigor para improvisar una gran cadencia en solitario en el primer movimiento. La mayoría de los violinistas interpretan, como es natural, la que compuso y publicó Joseph Joachim.
Serguéi Prokófiev decidió regresar a la Unión Soviética sabiendo perfectamente dónde se metía. Tras una primera gira en 1927, fueron constantes sus estancias en el país en los años treinta. El traslado definitivo con su familia se produjo en 1936, cuando comenzaban las grandes purgas estalinistas y a tan solo tres años del comienzo de la Segunda Guerra Mundial: tras padecer mil y una penalidades, la historia reservaba aún al compositor el último y amargo golpe de morir el mismo día que su verdugo espiritual, Iósif Stalin.
Fue el éxito de la primera producción rusa de El amor de las tres naranjas, dirigida por Serguéi Rádlov, un discípulo del gran Vsévolod Meyerhold, lo que animó al primero a encargarle la música para un ballet basado en Romeo y Julieta de Shakespeare, que el propio Rádlov había dirigido como obra teatral en 1934. Pero entonces llegó el asesinato de Serguéi Kírov y la cancelación de todos los proyectos del antiguo Teatro Mariinski en la entonces Leningrado. En un intento de contentar a Prokófiev y animarlo a volver definitivamente a su país, las autoridades soviéticas le ofrecieron entonces estrenar el ballet, integrado originalmente por 24 escenas y 58 episodios independientes, en el Bolshói de Moscú. Compuesto vertiginosamente en el verano y el otoño de 1935, se encontró luego con una negativa a representarlo con la excusa de que la música era demasiado difícil para los bailarines, aunque la realidad fuera probablemente que no se adecuaba en absoluto a los postulados del realismo socialista, y muy especialmente su trágico y desesperanzado final. Tras preparar dos suites orquestales independientes a fin de garantizar su supervivencia, el ballet completo se estrenaría en la Ópera de Brno en el otoño de 1938, una frustración más que añadir a las muchas que acompañarían al compositor durante su etapa soviética. Hoy escucharemos algunos de sus números más justamente famosos, como “Montescos y capuletos”, “La escena del balcón”, “La muerte de Teobaldo” o el clímax del ballet: Romeo, desesperado, ante la tumba de Julieta y la muerte posterior de esta. Las coreografías de Frederick Ashton (Copenhague, 1955), John Cranko (Viena, 1958) y Kenneth MacMillan (Londres, 1965) asegurarían al ballet completo, por fin, la inmortalidad.