FRANZ JOSEPH HAYDN
(Rohrau, Austria 1732 – Viena, Austria 1809)

Cuarteto de cuerda en Si bemoll mayor, op. 76 n.º 4 “Sunrise”

(1796-97) – 21′

Allegro con spirito
Adagio
Minuet. Allegro – Trio
Finale. Allegro ma non troppo

LUDWIG VAN BEETHOVEN
(Bonn, Alemania 1770 – Viena, Austria 1827)

Cuarteto de cuerda n.º 7 en Fa mayor, op. 59 n.º 1 “Razumovsky”

(1806) – 40′

Allegro
Allegretto vivace e sempre scherzando
Adagio molto e mesto
Thème russe. Allegro

Takács QuaRTET:

Edward Dusinberre, violín
Harumi Rhodes, violín
Richard O’Neill, viola
András Fejér, violonchelo

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por Stefano Russomanno

Nuevas sonoridades

El Cuarteto, op. 76 n.º 4 de Haydn cuenta con uno de los arranques más sorprendentes en la historia del género: las cuerdas inferiores —violín segundo, viola, violonchelo— entonan notas largas en piano y, sobre ellas, el violín primero esboza un movimiento ascendente, cada vez más firme, que escala la tesitura y desciende luego de forma apacible. Estos compases iniciales no dibujan un tema o una introducción en sentido estricto, sino que definen más bien un ambiente, una sensación: los primeros comentaristas ingleses lo compararon con un amanecer, título que lleva desde entonces. Pasajes como este revelan hasta qué punto Haydn había redefinido la fisonomía del cuarteto de cuerda, dotándolo de una sonoridad y un léxico propio. Aunque el primer movimiento del Cuarteto, op. 76 n.º 4se mueve de principio a fin en un allegro con spirito, la escucha abona la sensación de un tiempo no homogéneo, elástico, capaz tanto de acelerar como de estirarse hasta la inmovilidad: estamos ya en las regiones de Schubert. La intensidad expresiva del adagio también se mueve por cambiantes e imprevisibles contextos tonales, mientras que la rústica aspereza del minueto y la movilidad del finale prefiguran a Bartók.

La conquista de una sonoridad específica, cuyos equilibrios fónicos inciden a todos los efectos en la definición formal, caracterizan también los tres Cuartetos de cuerda, op. 59 de Beethoven. El Cuarteto en Fa, op. 59 n.º 1 es, en este y otros aspectos, el más radical y avanzado de la serie. Ya las notas repetidas al comienzo del primer allegro, en su progresiva acumulación y crescendo, se transfiguran de fórmula de acompañamiento en elemento tímbrico, como ya había ocurrido al principio de la sonata Waldstein. Algo parecido ocurre en el allegretto vivace e sempre scherzando, donde la frase inicial del violonchelo es un simple impulso rítmico que actúa a modo de motivo conductor dentro de un movimiento cuya estructura y extensión (460 compases) exceden el esquema habitual del scherzo. El adagio molto e mesto es una de las grandes manifestaciones del dolor beethoveniano, que conjuga lirismo y severidad en un marco de notable densidad polifónica. El allegro final arranca con la exposición por parte del violonchelo de un tema ruso en homenaje al dedicatario del op. 59, el conde Andréi Razumovski, embajador de Rusia en Viena. En contraste con la riqueza motívica de los movimientos anteriores, la preponderancia del tema ruso desemboca aquí en un discurso vital y directo, con el que el compositor parece exorcizar la complejidad de la obra.

Con el apoyo de

Generalitat de Catalunya. Departament de Cultura
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