DMITRI SHOSTAKÓVICH
(Sant Petersburgo, Rússia 1906 – Moscú, Rússia 1975)

Cuarteto de cuerda n.º 11 en fa menor, op. 122

(1966) – 16’

Introduction: Andantino
Scherzo: Allegretto
Recitative: Adagio
Etude: Allegro
Humoresque: Allegro
Elegy: Adagio
Finale: Moderato

Cuarteto de cuerda n.º 13 en Si b menor, op. 138

(1970) – 20’

Adagio-Doppio movimento-Tempo primo

PAUSA 15’

Cuarteto de cuerda n.º 12 en Re b mayor, op. 133

(1968) – 26’

Moderato-Allegretto-Moderato-Allegretto-Moderato
Allegretto-Adagio-Moderato-Adagio-Moderato-Allegretto

QUARTET CASALS

Vera Martínez, violín
Abel Tomàs, violín
Jonathan Brown, viola
Arnau Tomàs, violonchelo

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por Berta Coll i Bosch

A veces recordamos a los grandes artistas de la historia como si fueran islas independientes, sin tener en cuenta las complicidades estéticas y emocionales que condicionaron sus creaciones. En el caso del compositor ruso Dmitri Shostakóvich (1906-1975) resulta ineludible hablar del Cuarteto Beethoven, que le estrenó trece de los quince cuartetos de cuerda que compuso entre 1938 y 1974. Shostakóvich y los cuatro intérpretes se retroalimentaban: el talento del compositor estimulaba a los músicos, y viceversa. Por eso, cuando en agosto de 1965 murió repentinamente uno de los miembros de la formación –el violinista Vassili Petróvich Shirinski–, Shostakóvich le dedicó el Cuarteto de cuerda n.º 11 en fa m, op. 122 (1966). Dos años más tarde homenajeó al otro violinista de la formación, Dmitri Tsiganov, con el Cuarteto de cuerda n.º 12 en Re b, op. 133 (1968), y ese mismo año dedicó el Cuarteto de cuerda n.º 13 en si b m, op. 138 (1968) al violista Vadim Borísovski. El compositor inició así la última etapa de su corpus camerístico, en la que resuena más que nunca la preocupación por la muerte y el paso del tiempo.

El Cuarteto de cuerda n.º 11 es una pieza deliciosamente extraña que se despliega en siete movimientos cortos, interpretados sin interrupciones, que en total suman poco más de dieciséis minutos. El aire fúnebre que abre la introducciónmarca todo el cuarteto y se acentúa especialmente en la elegíay la conclusión finales. La oscuridad de la obra adquiere formas insospechadas, que oscilan entre un pesimismo gélido, un terror onírico y un lirismo fantasioso. Si en este cuarteto Shostakóvich tantea tímidamente el dodecafonismo, en el Cuarteto de cuerda n.º 12 abraza con más despreocupación la ley de los doce tonos. Ya desde la serie de doce notas que introduce el violonchelo al principio del primer movimiento flirtea con los recursos compositivos del atonalismo, pero siempre manteniendo la tonalidad principal de Re bemol. Aunque este cuarteto consta de dos movimientos, el primero funciona a modo de introducción del segundo, que es donde se concentra casi todo el desarrollo. En el Cuarteto de cuerda n.º 13, Shostakóvich también se interesa por el serialismo, pero de una manera menos evidente. Se trata de una pieza especialmente rítmica que condensa en un solo movimiento, el adagio – doppio movimento – tempo I, toda la corriente elegíaca que había ensayado en los cuartetos anteriores. Shostakóvich está delicado de salud y es cada vez más pesimista, pero sigue escribiendo, como si pudiera enfrentarse a su propia oscuridad a través de la música.

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