DMITRI SHOSTAKÓVICH
(Sant Petersburgo, Rússia 1906 – Moscú, Rússia 1975)

cUARTETO DE CUERDA n.º 14 en Fa # major, op. 142

(1972-1973) – 27’

Allegretto
Adagio
Allegretto

PAUSA 15’

CUARTETO DE CUERDA n.º 15 en mi b menor, op. 144

(1974) – 35’

Elegy – Adagio
Serenade – Adagio
Intermezzo – Adagio

QUARTET CASALS

Vera Martínez, violín
Abel Tomàs, violín
Jonathan Brown, viola
Arnau Tomàs, violonchelo

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por Berta Coll i Bosch

Hablar de una “integral” implica necesariamente mirar atrás; apreciar la obra de toda una vida, captarla en su conjunto y disfrutar de la evolución estilística del compositor. Con este programa, el Cuarteto Casals completa el repertorio para cuarteto de cuerda de Dmitri Shostakóvich (1906-1975), que abarca casi cuarenta años de una trayectoria convulsa y brillante a partes iguales. En los dos últimos cuartetos, ya en la recta final de su vida y gravemente enfermo, Shostakóvich mantiene el temperamento fúnebre que le ha acompañado durante los últimos años, pero entre la oscuridad casi absoluta aún resalta algo de claridad.

Aunque el Cuarteto de cuerda n.º 14 en Fa ♯ , op. 142(1972-1973) tiene una pátina de tristeza innegable, es una de las composiciones más luminosas, quizás incluso alegres, de la última etapa del compositor. El ímpetu con el que la viola introduce la tonalidad de Fa sostenido en el allegretto inicial, sumado a la melodía saltarina del violonchelo, marcan la fluidez rítmica de la obra. El segundo movimiento, un adagio especialmente lírico, destaca por un diálogo melodioso entre el primer violín y el violonchelo, que concentra el protagonismo hasta el allegretto final. No es casual que el violonchelo tenga un papel central en este cuarteto: Shostakóvich se lo dedicó a Serguéi Chirinski, violonchelista del Cuarteto Beethoven, tal y como ya había hecho en los tres cuartetos anteriores con los otros integrantes de su grupo de cámara de referencia.

El 15 de noviembre de 1974, cuando se estrenó el Cuarteto de cuerda n.º 15 en mi b m, op. 144 (1974), faltaban solo nueve meses para la muerte de Shostakóvich. No es de extrañar, pues, que esta sea una obra austera y áspera, que aborda la muerte con una honestidad casi aterradora, sin dramatismos ni florituras volátiles. Shostakóvich refina la experimentación formal de composiciones como el Cuarteto de cuerda, n.º 11 en fa m, op. 122, y la pone al servicio del misterio último de la vida. Aunque se divide en seis movimientos lentos que se interpretan sin interrupciones, el Cuarteto n.º 15 es una larga meditación de casi cuarenta minutos; después de la elegía inicial, una serenata y un intermezzo especialmente glaciales dan paso a la expiración dolorida del nocturno, que culmina en la marcha fúnebre y se desvanece conmovedoramente en el epílogo final.

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